viernes, 14 de diciembre de 2018

LA APARICIÓN EN EL ROBLE - RELATO


   Quique, era un niño de siete años.. Vivía en un corral de una aldea gallega, donde, por las noches, los vecinos, entre cafés, jerez, para las mujeres, y aguardiente para los hombres, contaban chistes, cuentos y historias,

   
Esta historia se la oyó a su abuela María. La comenzó así:
   -Veníamos del monte de coger unos sacos de piñas. Loli, la del Zapatero y su hermana, Pili. Josefa, la Chanfaina. Mercedes, la del Cañero, Marta, la de la Tomada y yo. Ya la luna empezara a iluminar la noche. Justo al llegar al Lourido (un monte) vimos un roble ardiendo.


"Ya algún niño hizo de las suyas". Dijo Josefa la Chanfaina.
A medida que nos íbamos acercando al árbol en llamas, que estaba al lado del camino, y que sigue estando, creímos ver algo entre el fuego. Al final la vimos. Era Genoveva, la de Abalo. Una muchacha de mi edad, 20 años, que hacía unos meses que enfermara. Nos miraba. Vestía un vestido blanco, muy bonito, y en medio del fuego, nos sonrió. 


¡Salimos en estampida! Tiramos al suelo los sacos de piñas que llevábamos en la cabeza. ¡La que no corría volaba, y la que no volaba daba con los pies en el culo!
   Llegué a casa con la cara desencajada y trabajo me costó hablar para contarle a mi madre lo que habíamos visto.
   Mi madre, cuando logré terminar de contarle lo que pasara, me
dijo: "Reza un Padre nuestro conmigo. Vamos a tener otra santa en las alturas".
   Callamos la historia, pero iba a ocurrir algo muy raro. Os cuento.
Genoveva, antes de enfermar, estaba enamorado de un joven muy guapo, que hacía poco llegara a la aldea. Se le conocía por el nombre de Sus. 


   Era alto. delgado y tenía una barba muy cuidada.
   Los padres de Genoveva, como ellos eran de dinero, y el joven era un jornalero, no se lo querían, y lo raro que ocurrió, fue que el joven, al día siguiente de ver a Genoveva en el roble, ya no salió de la casa de la muchacha.
   Lo que tenía que pasar, pasó. 
   Unos días después de verla entre las llamas del roble, le fuimos al entierro. La sacaron de la casa, a hombros, entre cuatro hombres. El ataúd era una urna de cristal. El cuerpo se me estremeció al ver que llevaba puesto el mismo vestido que tenía en el roble... Sonreía como si estuviera viva. La verdad es que parecía una santa.
   Estremecer me estremecí yo, el Quique, cuando acabó de contar la historia mi abuela María.
   Había allí una mujer, señora Amalia, se llamaba, que cuando mi abuela acabó de contar la historia, dijo:
    -En el Lourido, vi yo, el mismo día que la enterraron, a Sus y a Genoveva subir a un plato con muchas luces.


Luego salio volando y enseguida desapareció en las alturas... Fue visto y no visto.
   -Visto y no visto fue el jerez de tu botella- le dijo mi abuela.
    Lo que contó  mi abuela sé que fue cierto, pues en las aldeas no se juega con la memoria de los difuntos. Lo de señora Amalia... en fin, en 1920 aún no se hablaba de platillos volantes.



José Enrique Oti García.

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