viernes, 14 de diciembre de 2018

JOSÉ Y LA TRUCHA - CUENTO

En un pueblo de Galicia, 



tierra de  brujas, trasgos, y de muchas Marujas, 



hace, mucho, mucho tiempo, nació José.


José era hijo de María y Noé, que, después de mucho ahorrar se pudieron comprar un viejo carnero y dos ovejas viejas, con la idea de formar un rebaño de ovejas.

Quince años más tarde, María y Noé, ya habían fallecido, y José, era el dueño de un rebaño


que crecía cada año.

Un día que estaba caminando, mientras sus ovejas estaban apacentando, vio unas exquisitas moras en unas zarzamoras. 



Las fue a coger y tras las zarzamoras una cueva creyó ver.

Con el puñal que al cinto llevaba, las comenzó a cortar. La cueva iba a encontrar, y se iba a preguntar:

-¿Y si ahí dentro hay un tesoro escondido? ¿Y si lo escondió algún bandido? ¡Al centro y para dentro!

José, se adentró en la cueva. Al principio poco se veía de lo que allí había. Luego, la cueva, se iluminó y se sorprendió con lo que vio.

La cueva tenía un gran charco que parecía no tener final. y en él vio a una trucha 



como no viera otra igual.

-¡Vaya trucha, tía Carmucha!

La trucha se quedó mirando al pastor, de dulce manera, como si esperándolo estuviera.

-¿Qué miras, tú?

-Glu, glu, glu.

-¿Glu, glu, glu? Glo, glo glo. A ti hoy te zampo yo.

-Glu, glu, glu. Glo, glo, glo, ¡Glooooooo!

-Ya la hemos armado... Si ha hablado... ¿Quién el guapo que se come al pescado? Chao, cara de bacalao.

Y José, se marchó, pero al día siguiente volvió y al siguiente y al siguiente...

El día que José, los 20 años cumplió, 



en la cueva con la trucha lo celebró.

-Sin nombre, hoy toca tortilla y tarta. Alimento que harta.



-¡Gluuuuuuuuuuuuuuu!

-No, la tarta después de la tortilla, pilla.

-Glo, glogloglo.

-Yo también te quiero, pero de aquella manera compañera.

Y pasaron los años, y como José, no se casaba ya mas de una Maruja, murmuraba, Hasta que un día se cansó, y a su tía, que era otra Maruja, así le habló:

-Estoy enamorado de una trucha, tía Carmucha.

-¡Jesús, Jesús, Jesús! Mi sobrino amado... de otro hombre enamorado.

-Que no te has enterado. Estoy enamorado de un pescado.

Y para José, ya nada fue igual. Decían que era un loco, un pobre anormal, hasta el afilador, 



que era su mejor amigo, pensaba que la olla se le había ido.

El tiempo pasó.  La vida siguió...

José, cumplió los 100 años. 

Fue a celebrarlos a la cueva. con su tarta y su tortilla y con su pilla.

-No sé si nos volveremos a ver, querida, 100 años son mucho años
de vida.

La trucha, 


saltó del agua a su regazo, y con candor, le preguntó al que era su amor: 

-¿Quieres vivir eternamente a mi lado,  mi José amado?

-¡¿Sabes hablar?!

-¿Quieres contestar?

-Mi eternidad será de un año o dos, si así lo quiere Dios. Pero hoy mismo morir querría si supiera que contigo los pasaría.

-Métete en el agua y vamos en busca de la eterna felicidad, amado. El turno nos ha tocado.

José, se metió en el agua. La trucha se transformó en una muchacha preciosa, 



preciosa porque era una ninfa, medio diosa,  por los dioses castigada y al fin, perdonada. José, se vio en el agua reflejado, y vio que a los 20 años había regresado.

Y hasta aquí hemos llegado porque este cuento se ha acabado,

José Enrique Oti García.









LA APARICIÓN EN EL ROBLE - RELATO


   Quique, era un niño de siete años.. Vivía en un corral de una aldea gallega, donde, por las noches, los vecinos, entre cafés, jerez, para las mujeres, y aguardiente para los hombres, contaban chistes, cuentos y historias,

   
Esta historia se la oyó a su abuela María. La comenzó así:
   -Veníamos del monte de coger unos sacos de piñas. Loli, la del Zapatero y su hermana, Pili. Josefa, la Chanfaina. Mercedes, la del Cañero, Marta, la de la Tomada y yo. Ya la luna empezara a iluminar la noche. Justo al llegar al Lourido (un monte) vimos un roble ardiendo.


"Ya algún niño hizo de las suyas". Dijo Josefa la Chanfaina.
A medida que nos íbamos acercando al árbol en llamas, que estaba al lado del camino, y que sigue estando, creímos ver algo entre el fuego. Al final la vimos. Era Genoveva, la de Abalo. Una muchacha de mi edad, 20 años, que hacía unos meses que enfermara. Nos miraba. Vestía un vestido blanco, muy bonito, y en medio del fuego, nos sonrió. 


¡Salimos en estampida! Tiramos al suelo los sacos de piñas que llevábamos en la cabeza. ¡La que no corría volaba, y la que no volaba daba con los pies en el culo!
   Llegué a casa con la cara desencajada y trabajo me costó hablar para contarle a mi madre lo que habíamos visto.
   Mi madre, cuando logré terminar de contarle lo que pasara, me
dijo: "Reza un Padre nuestro conmigo. Vamos a tener otra santa en las alturas".
   Callamos la historia, pero iba a ocurrir algo muy raro. Os cuento.
Genoveva, antes de enfermar, estaba enamorado de un joven muy guapo, que hacía poco llegara a la aldea. Se le conocía por el nombre de Sus. 


   Era alto. delgado y tenía una barba muy cuidada.
   Los padres de Genoveva, como ellos eran de dinero, y el joven era un jornalero, no se lo querían, y lo raro que ocurrió, fue que el joven, al día siguiente de ver a Genoveva en el roble, ya no salió de la casa de la muchacha.
   Lo que tenía que pasar, pasó. 
   Unos días después de verla entre las llamas del roble, le fuimos al entierro. La sacaron de la casa, a hombros, entre cuatro hombres. El ataúd era una urna de cristal. El cuerpo se me estremeció al ver que llevaba puesto el mismo vestido que tenía en el roble... Sonreía como si estuviera viva. La verdad es que parecía una santa.
   Estremecer me estremecí yo, el Quique, cuando acabó de contar la historia mi abuela María.
   Había allí una mujer, señora Amalia, se llamaba, que cuando mi abuela acabó de contar la historia, dijo:
    -En el Lourido, vi yo, el mismo día que la enterraron, a Sus y a Genoveva subir a un plato con muchas luces.


Luego salio volando y enseguida desapareció en las alturas... Fue visto y no visto.
   -Visto y no visto fue el jerez de tu botella- le dijo mi abuela.
    Lo que contó  mi abuela sé que fue cierto, pues en las aldeas no se juega con la memoria de los difuntos. Lo de señora Amalia... en fin, en 1920 aún no se hablaba de platillos volantes.



José Enrique Oti García.

LA VENDEDORA - RELATO ERÓTICO

   Lucía,



una ama de casa, de 30 años, sintió el timbre de la puerta de su 
casa. Fue a abrir y la vio. Era una joven de 22 años, rubia, de ojos azules, delgada y con una sonrisa preciosa. Traía un maletín en su mano derecha.
   -Venda lo que venda no lo necesito - le dijo Lucía a la joven.
   -Podría llevarse gratis lo que más le guste.
   La palabra "gratis", siempre resulta atractiva, y Lucía, picó.
   -Pase, haber que trae ahí.
   Rosa, que así se llamaba la vendedora, entró en la casa y se sentó en un sillón de la sala de estar, Lucía, se sentó en otro, justo enfrente de ella. Las separaba una mesita.
   Rosa, abrió el maletín y le enseñó a Lucía su contenido, Lucía, al verlo, se tapó la boca con una mano. Lo que había visto eran consoladores y vibradores.
   -Si habla con sus amigas de mis productos y vienen a su casa a una reunión de tapper sex, usted se puede llevar...
   -¿Para qué quiero yo una cosa de esas? ¡Son enormes!
   Rosa cogió un vibrador pequeñito,


y le dijo:
   -Este es pequeño y está diseñado para estimular el punto G. Tiene control remoto para que su pareja la haga disfrutar.
   -¿El punto, qué? ¿Control, qué?
   Rosa, cogió en el maletín un tubo de lubricante.
   -Hay que ponerse esta crema en el sexo y después en el vibrador. Si se anima, yo uso el control remoto.
   -¡¿Estás loca?! ¿Por quién me has tomado?
   -Perdone. Una está tan acostumbrada. ¿Quiere que le haga una demostración? Usted usará el control remoto -se lo enseña.
    -¿Eso es el control remoto?
   Rosa, va al lado de Lucía.
    -Estos números son las velocidades... Para calentar... para abusar... y para llevar a la explosión.
    -¿Me estás diciendo que quieres que te lleve al orgasmo..?
   -¿Me desnudo?
   -¿¡Qué!?
   -Así verá como se agita todo el cuerpo. Como...
   -Me va a pesar toda la vida, pero... ¡Que diablos! Un día es un día.
   Rosa, de pie, y sin dejar de mirar a Lucía, le hizo un striptis,
Lucía no era bisexual, pero lo que estaba viendo le gustaba. Rosa,


ya desnuda, se volvió a sentar en el sillón. Comenzó a darse la crema, y le dijo a Lucía:
   -No hay que pasarse mucho o no se llega a meter el vibrador. A mi ya me tiene pasado...
   Ya llevaba casi dos minutos dándose la crema y mirando a los ojos y a otras partes a Lucía. Estaba haciendo algo más que darse la crema, y Lucía, que ya comenzaba a sentirse extraña, con voz temblorosa, le dijo:
   -Acaba, mujer, acaba.
   Rosa, le dio crema al vibrador y se lo metió...
   Lucía le dio al numero 1 del mando a distancia... al dos... Rosa,



se puso a gemir. Lucía, metió una mano bajo la falda. Estaba mojada, muy mojada.... Se acarició... Le dio al 3.... 
   -¡!Me vengo!! - exclamó Rosa.
Lucía, al ver como Rosa se venia, se vino con ella.

                                           FIN

José Enrique Oti García.
  


CELIA - LAS SIETE VIDAS DEL GATO - RELATO

   Jacobo

era un niño de 11 años, bastante alto, delgado y el gamberro más grande del Penedo, una aldea gallega de las Rías Bajas.
   Celia



era una muchacha de 18 años, ni alta ni baja, morena , de ojos azules y guapa. Llegara al Penedo hacía unos meses, sola, y alquilara una casa vieja que ya estaba amueblada.
   Las ancianas de la aldea decían que era una bruja, los ancianos que las brujas eran ellas. Los jóvenes 


no tenían más que ojos para ella, y las muchachas


de la aldea, por ese motivo, estaban de acuerdo con el pensamiento de las ancianas, y eso en 1950 en Galicia, no era nada bueno.
   Un día, Jacobo y tres gamberros más entraron en la casa

de Celia. Iban buscando alguna prueba de que fuera bruja. No vieron nada que la delatara, si acaso, unas monedas muy antiguas que Jacobo encontró en uno de los cajones de un mueble de la cocina, las que el chaval iba guardar en un pañuelo, cuando... ¡Sorpresa! Una sartén,


que estaba colgada en la pared, comenzó a oscilar. Luego se descolgó, y volando fue hacia los gamberros.
   Jacobo dejó caer el pañuelo, y junto a los otros tres, puso pies en polvorosa. Se guardaron muy mucho de no contar lo sucedido, no fuese que Celia supiese que fueran ellos los que entraran en su casa.
   Cuando Celia llegó a casa. al ver todo revuelto se puso como una fiera. Su rostro se transformó, pero lejos de convertirse en una anciana fea, su rostro era la de una morena muy agraciada. 


que sonrió, maleficamente, al ver el pañuelo de Jacobo en el piso de la cocina. Jacobo, desde aquel día, cambió de actitud. Ya no hacía gamberradas. Pasaba mucho tiempo en la casa de Celia y se le veía muy feliz. Sus amigos sabían que estaba hechizado, pero como el que  tiene culo tiene miedo...
   Quien no tuvo miedo fue un afilador


que pasó por delante de la casa de Celia y al sentir gemidos miró por la una ventana. En mala hora la curiosidad le dio valentía para ver lo que estaban haciendo Celia y Jacobo, y digo en mala hora, por que Celia, también lo vio a él y desde aquel día, Ramón, que así se llamaba el afilador, se convirtió en el tonto de la aldea.
   A los padres de Jacobo, Carlos y María,


se les murió una tía y les dejó una casa en herencia. Esta casa estaba en otra aldea, la Torre. Para allá se fueron y con ellos Jacobo, muy a su pesar, y para alivio de su padre y su madre, que no veían bien la amistad de su hijo con Celia, pero como era tan feliz...
   Nueve años más tarde, Jacobo
ya era un joven de 20 años. Llevaba unas semanas saliendo con una muchacha, Lolita.


Estaba enamorado hasta las trancas, pues esta muchacha, que llegara a la aldea unos meses atrás, le hacía al hombre lo que Celia le hacía al niño.
   Jacobo tenía una gata negra,


Perla, que la había criado a biberón. Perla no podía ver a Lolita. Cada vez que Lolita iba a casa de Jacobo, se le erizaban los pelos y le enseñaba los dientes. Un día se quiso echar a Lolita, y esta, enfadada, le dijo a Jacobo:
   -Es ella o yo. Tú decides.
   Jacobo le quería mucho a Perla, pero más le quería a Lolita. Llevó a la gata al monte

 

y la dejo abandonada a su suerte.
    Unos días más tarde, los padres de Jacobo enfermaron. El médico no sabía que enfermedad tenían. El padre ya estaba en el hospital y en fase terminal. 
La madre


de Jacobo, enferma y en su cama, recibió la visita de Lolita.
   -Mis hechizos no fallan. Pronto todo será mío. Tu casa... tu hijo...
   -¿Quién eres? ¿Qué daño te hicimos?
   Lolita se transformó en Celia




   -¡¡Tú!! ¡Eres una bruja!
   Jacobo, que oyera la conversación desde el camino. entró en casa y le dijo a Celia:
    -¡O deshaces el hechizo o no sales viva de aquí!
   Celia, extendió una mano y derribó a Jacobo.
   Una risa diabólica inundó la habitación. Celia estaba dispuesta a acabar con la madre y con el hijo.
    Todo parecía haber llegado al final, cuando entró Perla 


en la casa por un ventanuco... Fue a la habitación y se lanzó a la cara  de Celia. Comenzó una lucha encarnizada. Perla iba perdiendo vidas. Una tras otra, hasta que Celia, no pudo más y huyó. Perla, quedó malherida en el piso de la habitación. Había agotado su séptima vida.
  Cuando el padre de Jacobo salió del hospital. Él, Jacobo y su madre, fueron a llevarle flores a la tumba de Perla. Al lado vieron una gatita.

   
Jacobo, le dijo:
      -Bienvenida a casa, Perla.
Yo no sé si la gatita era la reencarnación de Perla... ni me intriga, lo que me intriga es. ¿Dónde andará Celia?

José Enrique Oti García.
   

BERNARDA Y JOSEFA - MICRO CUENTO

   Bernarda y Josefa, 


treintañeras, morenas, juegan a la escoba en 
casa de la primera.
   -Me llegó una carta del juzgado, Josefa. Tenemos que ir a declarar sobre la pelea de los gitanos,
   -¡Que raro! A mi no me llegó nada.
   -Es mañana, a las doce. Te espero en la pulpería del centro.
   Josefa,  llegó a la pulpería 



del centro a las 11,30. No había un alma. Sintió como si le golperan la cabeza. Miró hacía la mesa donde habían comido un mes atrás, Antonio, esposo de Bernarda, Bernarda  y ella. Se estremeció al ver cabeza de Antonio sobre una de las sillas. Temblando, se iba a marchar para el juzgado, cuando vio como dos manos blancas, que surgían de la nada, depositaban otra cabeza al lado de la de Antonio. ¡¡Era la suya!!
   Josefa, musitó, sabiéndose muerta.
   -Nunca me debí acostar con Antonio.

José Enrique Oti García.

LA CUESTA - CUENTO



El chaval tenía 9 años, vivía en una aldea, que ahora es parte de la ciudad. Para llegar a su casa, en una colina, había que subir una gran cuesta. Anciana o anciano al que se encontraba subiendo la 


cuesta, cargado, le llevaba la carga, y le decía, al tiempo que sonreía y se la cogía: "Cuesta, la cuesta". El niño se hizo anciano, sube la cuesta, cargado y nadie le ayuda. 

Un día, un chaval de 9 años, le dijo lo mismo que el decía: "Cuesta, la cuesta", pero con un tono de cachondeo, que no río, por que me


meo, y el anciano, dijo, apesadumbrado: "No, no cuesta la cuesta, cuesta ver que la juventud se ha vuelto ganado".

José Enrique Oti García.

EL RUISEÑOR - CUENTO

Hace unos cuantos años vivió un anciano al que apodaban, El Ruiseñor



Solía engañar hasta a su sombra, pero con él nadie se aburría. 

Una tarde, sentado en un banco de de piedra del parque 


del pueblo. Antes de empezar a hablar con su nieto y conmigo, se tiró  un pedo sonoro, de los que huelen a podrido y que hasta meten miedo, luego, sonriendo, nos dijo:

-Así está mi vida interior,  Ahora os voy a contar algo de mi otra vida, pero antes quiero saber lo listos que sois. Gorrión.  


-Gorrión era mote de su nieto- ¿Sabes cómo son las ideas de las prostitutas?

-¿Caras?  



-No, jodidas. Tú, Jilguero, -jilguero era mi apodo- dime.


¿Qué fueron a buscar a las rebajas tu abuela y tu madre? 

-Acción.




-¡Así de listo debía ser mi nieto! 

Pasaron por delante nuestra dos monjas, 



de las que andaban a pedir para los ancianos del asilo, y dijo:



-Esta va para los dos. ¿Qué parentesco tienen dos monjas que ordeñan una vaca? 
-Bebeto, le dijo:

-¡Voy a acabar encarcelado por tener como abuelo a un degenerado!
Él no la pilló, pero la pillé yo.



-Son hermanas.

-¿Hermanas, de qué?


-De leche. 

-Así es, hermanas de leche. Esto que os voy a contar tiene que quedar entre los tres. Es un secreto, que me hizo lo bastante rico cómo para tener las tierras y las casas que tengo. 

Le prometimos guardar el secreto. Sacó el tabaco y un librillo, y mientras liaba un pitillo, siguió hablando:

-Hace muchos años, yo, era un muchacho, guapo. Decidí ir a Madrid


a buscar fortuna. En bancos de madera tengo dormido, hasta que un hombre, un día, me preguntó si quería trabajar de gigoló. Que me compraría ropas y que haría de mi un seductor, que planta la tenía y me iba a hacer de oro. Yo no sabía de que era el trabajo, pero el hambre me hizo aceptarlo.
Mi primer trabajo fue acostarme con una mujer de 40 años. 


¡Hostia! -dije yo- Fue chulo de putas. 


-No, fui un gigoló. Trabajador de mujeres con dinero. En fin, que meses después, me dice el jefe que tengo que ir al Hotel Palace, que allí me espera una clienta muy especial. Que la tenia que satisfacer, tanto, tanto, que se llegara a ver cómo una chica de 20 años. Que la tenía que dejar nueva. 
Al salir de la oficina, volví a mi pensión. Agarré el maletín. Le puse el candado a la cadena de mi bicicleta y me fui a trabajar, Por cierto ¿Sabéis cómo le llamamos los aldeanos a las prostitutas? 


-Jornaleras. Siga -le dije. 

No le debió sentar bien que acertara...volvía a la carga, cuando 
pasaron otra vez las don monjas


por delante del, banco, y esta vez preguntó, en alto, para que lo oyeran. 



-¿Sabéis cómo se llama la monja más guapa del convento? 


Ahora, sí, ahora acabamos en la cárcel.)  -dijo mi amigo, al ver cómo las monjas se detenían delante del banco, pero la cara del chaval, cambió, cuando una de las monjas,




la de  más edad, sonriendo, le preguntó al Ruiseñor:

-¿Cómo se llama la monja más guapa del convento?



-Sor Tentación -le dijo con una voz de seductor que nunca le oyera. 

Las dos monjas, sonriendo, le pusieron el tarro de las limosnas, delante. Mi amigo, se apresuró a meter 5 pesetas. Yo me puse a mirar las nubes y a silbar, pues estaba cómo hoy, pelado. El Ruiseñor, echó mano a la cartera, sacó 3 billetes de 500 pesetas y se los dio a las monjas. 



No lo besaron por que estaba mal visto. Era mucho dinero, pues un peón, en aquellos tiempos, no llegaba a ganar 500 pesetas al mes.


-¿Por dónde iba? -peguntó el Ruiseñor, 


cuando se fueron las monjas. 



-Le pusiera el candado a la bicicleta -dije yo. 


-Pues, con mi maletín en la mano, llamé a la puerta de la habitación. Me abrió una mujer de entre 95 y 100 años. Llevaba un antifaz y estaba cubierta sólo con una toalla. Guapa, guapa, no era. Sonriendo, me dijo que entrara en la habitación. Entré. Puse el maletín encima de la mesita de noche. Lo abrí y le dije que se desnudara. Trabajo no le costó. Se quito la toalla y... ¿Sabéis cuál es el pedo más escandaloso?  



-¡¡No!! -respondimos al unísono. 


-El pedo más escandaloso es el que no hace ruido. ¿Por dónde iba?Ah, sí, se quitó la toalla y vi lo normal en una mujer de su  edad. arrugas y más arrugas.Y yo tenía que dejarla nueva...Nervioso, le dije que se pusiera a 44 patas, que la iba a inflar. Me preguntó que si la iba a inflar a besos y si no sería a 4 patas, y yo le dije que se pusiera cómo quisiera... Al verme con la herramienta en la mano, me pregunto:


-"¿Crees que con eso que tienes en la mano me dejarás satisfecha?" 
-¿Sabéis qué era lo que tenía en la mano? 



.¡¡La polla!!  -exclamé, 

-No, el bombín de mi bicicleta.

Nos había engañado, una vez más, pero daba gusto ser engañado por el Ruiseñor. 

José Enrique Oti García.