viernes, 14 de diciembre de 2018

CELIA - LAS SIETE VIDAS DEL GATO - RELATO

   Jacobo

era un niño de 11 años, bastante alto, delgado y el gamberro más grande del Penedo, una aldea gallega de las Rías Bajas.
   Celia



era una muchacha de 18 años, ni alta ni baja, morena , de ojos azules y guapa. Llegara al Penedo hacía unos meses, sola, y alquilara una casa vieja que ya estaba amueblada.
   Las ancianas de la aldea decían que era una bruja, los ancianos que las brujas eran ellas. Los jóvenes 


no tenían más que ojos para ella, y las muchachas


de la aldea, por ese motivo, estaban de acuerdo con el pensamiento de las ancianas, y eso en 1950 en Galicia, no era nada bueno.
   Un día, Jacobo y tres gamberros más entraron en la casa

de Celia. Iban buscando alguna prueba de que fuera bruja. No vieron nada que la delatara, si acaso, unas monedas muy antiguas que Jacobo encontró en uno de los cajones de un mueble de la cocina, las que el chaval iba guardar en un pañuelo, cuando... ¡Sorpresa! Una sartén,


que estaba colgada en la pared, comenzó a oscilar. Luego se descolgó, y volando fue hacia los gamberros.
   Jacobo dejó caer el pañuelo, y junto a los otros tres, puso pies en polvorosa. Se guardaron muy mucho de no contar lo sucedido, no fuese que Celia supiese que fueran ellos los que entraran en su casa.
   Cuando Celia llegó a casa. al ver todo revuelto se puso como una fiera. Su rostro se transformó, pero lejos de convertirse en una anciana fea, su rostro era la de una morena muy agraciada. 


que sonrió, maleficamente, al ver el pañuelo de Jacobo en el piso de la cocina. Jacobo, desde aquel día, cambió de actitud. Ya no hacía gamberradas. Pasaba mucho tiempo en la casa de Celia y se le veía muy feliz. Sus amigos sabían que estaba hechizado, pero como el que  tiene culo tiene miedo...
   Quien no tuvo miedo fue un afilador


que pasó por delante de la casa de Celia y al sentir gemidos miró por la una ventana. En mala hora la curiosidad le dio valentía para ver lo que estaban haciendo Celia y Jacobo, y digo en mala hora, por que Celia, también lo vio a él y desde aquel día, Ramón, que así se llamaba el afilador, se convirtió en el tonto de la aldea.
   A los padres de Jacobo, Carlos y María,


se les murió una tía y les dejó una casa en herencia. Esta casa estaba en otra aldea, la Torre. Para allá se fueron y con ellos Jacobo, muy a su pesar, y para alivio de su padre y su madre, que no veían bien la amistad de su hijo con Celia, pero como era tan feliz...
   Nueve años más tarde, Jacobo
ya era un joven de 20 años. Llevaba unas semanas saliendo con una muchacha, Lolita.


Estaba enamorado hasta las trancas, pues esta muchacha, que llegara a la aldea unos meses atrás, le hacía al hombre lo que Celia le hacía al niño.
   Jacobo tenía una gata negra,


Perla, que la había criado a biberón. Perla no podía ver a Lolita. Cada vez que Lolita iba a casa de Jacobo, se le erizaban los pelos y le enseñaba los dientes. Un día se quiso echar a Lolita, y esta, enfadada, le dijo a Jacobo:
   -Es ella o yo. Tú decides.
   Jacobo le quería mucho a Perla, pero más le quería a Lolita. Llevó a la gata al monte

 

y la dejo abandonada a su suerte.
    Unos días más tarde, los padres de Jacobo enfermaron. El médico no sabía que enfermedad tenían. El padre ya estaba en el hospital y en fase terminal. 
La madre


de Jacobo, enferma y en su cama, recibió la visita de Lolita.
   -Mis hechizos no fallan. Pronto todo será mío. Tu casa... tu hijo...
   -¿Quién eres? ¿Qué daño te hicimos?
   Lolita se transformó en Celia




   -¡¡Tú!! ¡Eres una bruja!
   Jacobo, que oyera la conversación desde el camino. entró en casa y le dijo a Celia:
    -¡O deshaces el hechizo o no sales viva de aquí!
   Celia, extendió una mano y derribó a Jacobo.
   Una risa diabólica inundó la habitación. Celia estaba dispuesta a acabar con la madre y con el hijo.
    Todo parecía haber llegado al final, cuando entró Perla 


en la casa por un ventanuco... Fue a la habitación y se lanzó a la cara  de Celia. Comenzó una lucha encarnizada. Perla iba perdiendo vidas. Una tras otra, hasta que Celia, no pudo más y huyó. Perla, quedó malherida en el piso de la habitación. Había agotado su séptima vida.
  Cuando el padre de Jacobo salió del hospital. Él, Jacobo y su madre, fueron a llevarle flores a la tumba de Perla. Al lado vieron una gatita.

   
Jacobo, le dijo:
      -Bienvenida a casa, Perla.
Yo no sé si la gatita era la reencarnación de Perla... ni me intriga, lo que me intriga es. ¿Dónde andará Celia?

José Enrique Oti García.
   

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