cuesta, cargado, le llevaba la carga, y le decía, al tiempo que sonreía y se la cogía: "Cuesta, la cuesta". El niño se hizo anciano, sube la cuesta, cargado y nadie le ayuda.
Un día, un chaval de 9 años, le dijo lo mismo que el decía: "Cuesta, la cuesta", pero con un tono de cachondeo, que no río, por que me
meo, y el anciano, dijo, apesadumbrado: "No, no cuesta la cuesta, cuesta ver que la juventud se ha vuelto ganado".
José Enrique Oti García.
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